“Es intolerable que miles de personas todavía mueran cada día de hambre, a pesar de las grandes cantidades de alimento disponibles”, dice la carta que el papa Francisco remitió al Foro Económico Mundial, el selecto club que cada año reúne a unos 2500 magnates en la localidad turística suiza de Davos para pensar cómo hacer más dinero.
Es un lugar donde, por ejemplo, es muy admirado y celebrado Domingo Cavallo, que tantos y tan fabulosos negocios les facilitó en la década del ’90. Ahora, anda por allí Mauricio Macri, exhibiendo su pertenencia ideológica y su propia fortuna como credenciales para decir “aunque modestamente, soy uno de ustedes; ténganme en cuenta que quiero ser presidente de la Argentina, y ya saben que allí se puede hacer guita”.
A esas personas va ahora un obispo africano y les lee la carta del papa “marxista” en faror de “decisiones, mecanismos y procesos encaminados a una mejor distribución de la riqueza, la creación de fuentes de empeleo y la promoción integral del pobre”.
Y los ricos, en el mejor de los casos escuchan el mensaje del “hombre del año”, según las revistas estadounidenses, y hasta quizás alguno mejore sus aportes a la beneficencia. Pero –imagino yo- es como escuchar una misa, bancarse el discurso, antes de ponerse a hablar “en serio” sobre petróleo, minería, alimentos, energía, ajuste europeo, flujos financieros, señales de la economía de Estados Unidos o de China, e ir vislumbrando dónde habrá nuevas oportunidades para acaparar dinero, quiénes pueden ayudar, que gobiernos son “peligrosos” para nuestros negocios, cuál discurso facilita las cosas y, en definitiva, cómo somos cada vez más ricos, que para eso vivimos.
¿Entonces qué sentido tiene hablarles de la pobreza multitudinaria que engendra incesantemente el sistema que a ellos los hace ricos y felices?
El sentido no está en Davos sino en el resto del planeta. El mensaje papal señala el contraste y nos hace reflexionar. Que lo haya enviado hace que el tema esté en los diarios del mundo y que hoy me haya puesto a escribir sobre esto. Y que sí pensemos cómo podrían cambiar las cosas quiene creemos que el mundo debe ser distinto.
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